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El machete y la memoria

  • Writer: afrodescendenciaup
    afrodescendenciaup
  • 27 minutes ago
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Reseña de Érase una vez en el Caribe


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La figura del jíbaro, como identidad nacional, siempre se ha visto desde el mismo lente: trabajador, humilde y pobre. Sin embargo, Érase una vez en el Caribe (2023) de Ray Figueroa reimagina la historia puertorriqueña desde el mito y la resistencia. Situada en los años treinta, en medio de las huelgas azucareras, la película sigue a Juan Encarnación (Héctor Aníbal), un jíbaro que emprende una búsqueda sangrienta junto a su hija, Patria, para rescatar a su esposa Pura (Essined Aponte) del hacendado. Lo que comienza como una historia de venganza se transforma en una epopeya sobre la desigualdad, el poder y la memoria colectiva del boricua. 


A través de una estética que se inspira en el western clásico, la novela gráfica y el cine samurái, Figueroa enseña un Puerto Rico luchador con visuales cautivantes. La recreación cinematográfica de pinturas como El Velorio de Francisco Oller y Flaming June de Frederic Leighton, el uso de espacios como las haciendas y los arrabales y el uso de iconografías como el cuatro, la pava y el pitorro ancla la idea típica de la época. En cambio, se utilizan elementos del cine de acción, como el duelo, el héroe solitario y el enfrentamiento con el opresor, para romper con lo tradicional y hasta para construir una metáfora visual del colonialismo y sus efectos. El machete, herramienta del trabajo convertida en arma, simboliza tanto la explotación del campesino como su derecho a rebelarse ante los abusos de los hacendados estadounidenses. Además posee personajes profundos que, desde sus diferentes motivos, demuestran cuán complicado era combatir la explotación y marginación y vivir para contarlo. 


Érase una vez en el Caribe se atreve a imaginar a Puerto Rico no desde la colonia ni la dependencia, sino desde la valentía y la resistencia que nos caracteriza. En este universo, la violencia no se muestra como un mero espectáculo, sino como el eco del abuso histórico que aún resuena. Figueroa logra lo que pocos directores del Caribe han intentado: transformar el dolor histórico en leyenda y el cine en un campo de resistencia. 

 
 
 
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