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dignidad

  • Writer: afrodescendenciaup
    afrodescendenciaup
  • Mar 6
  • 3 min read


Ilustración por Laren Calderón
Ilustración por Laren Calderón


inalcanzable de RBD compite con el sonido 

de la planta del barbero, la pizzería y los pollos. 

la orquesta de motores se instala en mi oreja izquierda 

mientras pienso que desconfío del tipo 

que recorta pelos debajo de mi casa.

a veces le veo caminar con la mirada perdida

entre la pantalla del celular y mi culo 

cuando doy la espalda.

me digo que tiene cara de sospecha, 

pero barajeo el asunto al instante.

¿seré yo la de las apariencias confusas?

¿parezco sospechosa para él? 

ojalá que sí.

quisiera decirle al dueño de la pizzería 

que baje la música que tengo escritura pendiente, 

que la inspiración más que disciplina 

no se concentra con el bidi bidi bom bom, 

ni que la próxima bachata me servirá de epígrafe,

quisiera decirle y no puedo. 

se fue la luz a las cinco de la mañana 

y doce horas más tarde agradezco 

el mismo ruido que me molesta día tras día. 


¿qué importa quebrar el decibel cuando se fermenta 

la mitad de un aguacate en la nevera?


Antes de salir me asomé en el balcón para mirar el cielo. Es cerca de las cinco de la tarde, hay dos arcoiris sobre la atmósfera grisácea y azota el angustioso calor de si cae o no el temporal. Agosto. Angustia. Incertidumbre. Uno de los arcoiris, el más brillante, alcanza su máxima curvatura reposando en el techado de alguna casa que desde aquí no logro descifrar. Agitada por la sorpresa de este espectáculo visual escarbo entre la mariconera buscando el celular. Los arcoiris se producen por la entrada de los rayos solares a través de las gotas de agua, así que materialmente no existen. Convencida de que nunca más volveré a ver este mismo cielo y fenómeno óptico le tomo una foto. Aunque parezca el mismo arcoiris, cada espectador lo ve de forma singular en relación a su ubicación en oposición al sol. Nuestros ojos visualizan los colores gracias a la luz. Mi mascota salivando por la emoción del paseo también miraba a las alturas. Para ella las alturas soy yo. ¿Será que mi perra también puede imaginar los colores de un arcoiris? ¿cómo se verán desde sus ojos pardos? ¿distingue Aché en mi piel el marrón o el negro? La otra pregunta es si debo o no salir de la casa, este es el cuestionamiento instalado en mi cabeza como producto de la ansiedad. También, desde hace un tiempo, cómo una costumbre que acompaña mirar el cielo diviso la cantidad de perros realengos que merodean la plaza pública. ¿Tiene Save a sato una estadísticas de cuántos perros duermen en las calle de este archipiélago? Aché es una perra sata del norte de la isla. La adopté en la digitalidad siendo un macho y no una hembra. Conducí hasta Hatillo, llegué a esta organización que rescata animales, me la entregaron con media bolsa de comida, una pelota azul y roja y mucho amor. Se vomitó varias veces en el trayecto hasta Carolina, a la casa de mi mejor amigue donde recibió su primer baño y la bautizamos luego de varios nombres sin éxito. Kendrick, Arena, Caramelo, Malik. Respondió como Aché, bendición en yoruba. Este ser animal no es un animal, es un oasis, es un cúmulo de pelo y ternura, una agite de alegría concentrada, la entrenadora de mis días turbios, el tercer arcoiris. A veces creo que fui egoísta al adoptarla, he llorado su ausencia. Creí que la estaba salvando, pero fue a la inversa. 


Regreso de la caminata. Enciendo el interruptor. 

En este mes se ha ido la dignidad siete veces. Incertidumbre. Angustia. Agosto.


 
 
 

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